Las imágenes hablan por sí solas y comprueban que la protesta de los guardias del Inpec (Cárcel del distrito judicial de Neiva) es más que justa.
Se trata de un hacinamiento de más del 80 por ciento, en un centro carcelario que está diseñado para albergar 900 internos y que en la actualidad cuenta con 1680, lo que hace que la estadía de estas personas sea más que inhumana, propiciando además la propagación de virus y enfermedades.
Los baños –si es que se les puede llamar así- son cloacas malolientes no aptas para el uso de una persona, una prueba más de la flagrante violación a los derechos de los internos, quienes reiteramos, son seres humanos que merecen respeto y que tienen unos derechos.
Es verdad que se trata de personas que en su mayoría cometieron errores, algunos de suma gravedad, sin embargo, no es así como se rehabilita un delincuente, no es la forma de castigar.
Y la responsabilidad es exclusiva de un Estado que se dejó coger ventaja. La solución no es otra que construir más cárceles y de calidad, dotadas de las mínimas comodidades sanitarias, donde los presos, ya sean condenados o procesados, puedan vivir dignamente, en condiciones decorosas.
Pero además deben ser reclusorios donde los internos tengan la posibilidad de capacitarse, trabajar y en general adelantar el proceso de resocialización. No de otra forma se puede esperar que salgan de la cárcel a seguir delinquiendo.
Los guardias del Inpec reclaman más nombramientos. En la actualidad hay, en promedio, un guardia por cada 60 internos y los traslados a las diligencias judiciales se hacen en medio de precarias medidas de seguridad, algunas veces sin chalecos antibalas y con armamento no apto para la complejidad del operativo de traslado.
Los guardias también necesitan condiciones mínimas para laborar y recibir un sustento acorde al riesgo que asumen diariamente.
Como vemos la protesta es justa y la solución está en manos del Gobierno Nacional que debe priorizar en el presupuesto las partidas económicas necesarias para la construcción de centros carcelarios.
Lo que estamos observando es una bomba de tiempo que ya está encendida y que en cualquier momento puede estallar, generando muchas pérdidas humanas y millonarias demandas para un Estado que frente al sistema carcelario ha sido indolente, insensible e inhumano.